Una periodista visita el Banco de Alimentos de Mallorca para dar a conocer su labor
Una periodista visita el Banco de Alimentos de Mallorca para dar a conocer su labor

Laia es una estudiante de Periodismo, del CESAG, que hace unas semanas se puso en contacto con nosotros para realizar un trabajo. Como nos encanta como ha quedado
lo compartimos con todos vosotros para que nos conozcáis desde otro punto de vista.
¡Gracias Laia!
Mi día en la beneficencia
Una periodista visita el Banco de Alimentos de Mallorca para dar a conocer su labor
—Venimos a ver a Raimundo de Montis —le decimos a un hombre con perilla y chaleco
reflectante—. Gracias.
Hace unas semanas, nos hicieron elegir un acontecimiento que resultara interesante y debo
decir que lo primero en lo que pensé fue en el Banco de Alimentos. Actualmente, producimos
un 60% más de los alimentos que necesitamos, pero 40.000 personas mueren de hambre cada
día, por lo que no es una cuestión de cantidad sino de distribución. Por ello, puede decirse
que tuve mi elección desde el primer momento pero siento que no fui yo, por lo menos, no
del todo, quien eligió poner de nuevo este tema sobre la mesa, sino mi instinto.
Mejor dicho, fue mi “yo” periodístico el que me lo susurró al oído. Al fin y al cabo, ese es el
motivo por el que entré en el mundo del periodismo. Los que no tienen voz merecen que se
les escuche y mi oficio consiste en convertirme en su altavoz. De repente, me siento como
Bob Woodward y Carl Bernstein, a punto de conseguir las pruebas que le den un giro
inesperado a mi historia. En un veloz movimiento mecánico, la barra de acceso se inclina
levemente cediéndonos el paso. El Banco de Alimentos de Mallorca consiste en un enorme
complejo pero lejos de ser pretencioso, de hecho, es un edificio humilde. En la entrada, unos
voluntarios cargan y descargan alimentos en cajas.
En una esquina, nos espera un hombre de pelo blanco y ojos brillantes. Él es el que dirige
todo lo que vemos. Lo primero en lo que me fijo es en su modo de vestir: chaqueta y pantalón
de traje, camisa de rayas, corbata a juego y zapatos de vestir. Luego, en su muñeca. Lleva un
brazalete Cartier y en el dedo meñique, un anillo de sello con un escudo que no logro
descifrar.
—¿No tienes frío? —me pregunta Raimundo, viendo cómo el repentino viento en aquella
soleada mañana de marzo me coge por sorpresa únicamente con una fina blusa.
Le digo que estoy bien. Tras las presentaciones, el hombre, inquieto y enérgico, nos conduce
por unas escaleras que dan a un despacho y lo seguimos hacia la sala de reuniones. “Somos
una fundación independiente, apolítica, aconfesional y sin ánimo de lucro formada por
voluntarios que lucha contra el despilfarro”, dice de memoria. Mientras tomo asiento, reparo
en una máquina de escribir olvidada en una mesa del fondo y en un lema enmarcado en una
vitrina: “Los que dicen que es imposible que no interrumpan a los que lo estamos haciendo”.
—Nuestro perfil es “gente sin solución” —explica—. Migrantes, sobre todo. Ahora hay 1400
más que el año pasado y las aportaciones de particulares han bajado un 60%.
—¿Entonces, la clase media no es consciente de la necesidad que hay en la isla?
—Al contrario, es muy consciente. Pero en estos tiempos sufre todo el mundo. Si no son los
precios, son los impuestos. Les dan de todos lados —los dos nos reímos— El sistema va
contra la clase media, por eso los mallorquines son tan desconfiados con el dinero.
—Y con la pandemia…
—La pandemia hizo que todo se paralizara, incluidos nosotros. Los jóvenes no podían venir a
hacer de voluntarios y le pedimos ayuda al Consell. Solemos tener unos veinticinco pero
dadas las circunstancias solo pudieron mandarnos a cinco. Tanto la Administración como la
sociedad mallorquina nos ha ayudado mucho y les estamos muy agradecidos.
No obstante, a pesar de no haber podido hacerse recogidas de alimentos presenciales, se
hicieron virtualmente con ingresos en efectivo en las grandes superficies para la compra de
alimentos. El resultado fue de 24.000 personas beneficiadas, de las que 800 fueron niños de
entre 0 y 2 años.
De golpe, Raimundo se pone en pie, se dirige a la puerta con paso firme y dice: “¡Ana, ven un
momento!”. Una chica de pelo oscuro y gafas de pasta entra en la sala de reuniones. Nos
dirige una sonrisa tímida y se sienta a mi lado de la mesa.
—Ella es la que nos consigue los recursos. ¡Es un fenómeno! Hemos tenido a otras pero a
ninguna como Ana. Venga, diles en qué consiste tu trabajo.
Primero, me dice que consigue y distribuye los alimentos. Lleva el control del
almacenamiento de dichos alimentos e inspecciona que cada familia tenga una ficha, un
informe social y otro de vulnerabilidad. También se asegura de que la documentación esté
bien y el listado actualizado. Unos segundos después, el silencio inunda la sala. Miro de reojo
a Ana, sentada a mi izquierda y luego a Raimundo, a mi derecha. Ya tengo todo lo que
necesito.
—Muchas gracias.
Por último, culmino mi trabajo con una ojeada al almacén. Cientos de cajas se levantan sobre
nuestras cabezas. Leo muchos nombres: legumbres, arroces, pastas, galletas… Y entonces, lo
veo. Pañales. Ver ese nombre en varias cajas hace que se me encoja el corazón. En ese
momento, me doy cuenta. Esa es mi prueba. La que desenmascarará a Nixon. En mi caso, es
un grito de auxilio. No somos conscientes de las injusticias hasta que las tenemos en nuestras
narices.
—¿Por qué decidió ser presidente? —suelto, como si esa pregunta me hubiese estado
ahogando durante toda la entrevista.
—Oh, no. Yo no lo decidí. Me jubilé y encontré esto. Vengo de lunes a viernes, me
entretengo un poco y encima hago una obra social —concluye con una sonrisa—. Pero, en
fin, yo solo soy el florero.
No se lo digo por falta de confianza pero no estoy de acuerdo. En unas pocas horas, he visto
esfuerzo, interés y sudor, incluido de él, sobre todo de él. Acto seguido, me despido y me
meto en el coche. Sin darme cuenta, se me ha pasado el tiempo volando. De vuelta a casa, mi
visita al Banco de Alimentos me da que pensar. Lo cierto es que con un pequeño gesto se
contribuye a un gran cambio y ahora más que nunca soy consciente de que queda mucho por
hacer.







